domingo, 13 de enero de 2013

Ellas observan imparables y sempiternas. Con nostalgia, con deseo caduco, con cansancio. Una de ellas se levanta. Toma el tacho de luz y lo enciende. Se acerca despacio hacia los cuerpos. Se detiene en uno de ellos, lo ilumina por partes, lo recorre con la luz y lo besa. Lo besa como Magdalena besó los pies de Jesucristo. Dos más de ellas se han levantado. Han tomado otras luces y las elevan por encima de su cabeza, iluminan los cuerpos con intermitencia, con angustia y apuro, como si buscaran las llaves de un cajón lleno de dinero. La música empieza a sonar.

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